
un Gaspar está aprendiendo los adjetivos en la escuela y tenía como tarea escribir una historia usando todos sus tipos. Los que más le han gustado son los gentilicios, quizás por esa dicha que le produce nombrarse “cordobés”.
Así que el primero que apareció en escena fue el tío francés, recientemente descubierto. Porque ¿qué más fantasioso que un tío lejano recién descubierto?
“En una calurosa noche fui a la casa de mi tío francés. La casa era muy muy vieja y a la noche había ruidos. Pero yo me dormí y soñé que iba a un bosque muy oscuro y vi a un caballero raro clavando algo en la tierra.
Me desperté y las sombras que hacían los árboles eran terroríficas. Fui a tomar un té caliente de maracuyá y un reloj que no andaba desde el 1888 a las doce dio tres campanadas.
Me fui corriendo afuera y vi a mi tío mirando las estrellas. Comenté: “Casa grande ¿no? Es rara”.
Muy serio no contestó.
“Tío, ¿te pasa algo?”
Llegados a este punto, Gaspar dejó la lapicera y sobrevolando su cuaderno comenzó un diálogo imaginario que no tardó en convertirse en una buena charla entre los personajes. Cuando empezaba a irse ya muy alto, lo alenté a no perder el hilo, y ahí hablamos de que una de las características de los cuentos es la brevedad y la concentración de sus elementos...
-Todavía tenés que bañarte, cenar, ir a dormir… -le recordé.
-No, mami. No como, no duermo -me respondió achicando los ojos y mordiendo la lapicera-. Quiero lograr el misterio.
Y ahí nos quedamos, suspendidos: él, dándole vueltas al asunto, olvidado de los adjetivos, y yo, mirándolo, preguntándome en qué momento me había atrapado la palabra tarea, descubriéndolo escritor a mi hijo, prometiéndome que lo iba a acompañar en el desvelo, si era necesario… Porque ¿qué es un día, una noche, qué son unas horas? ¿Qué es el tiempo para un cuento?
Así que lo dejé solito y me fui con Vladimir y con Shakespeare, al teatro isabelino.
En un momento Gaspar me llamó, para mostrarme el camino que había tomado:
“Pero lo vi esfumarse.
El sol asomó. Entré a la casa medio confundido y encontré a mi tío tomando un café doble.
-¿Quieres un poco? me dijo.
-¿El pueblo está embrujado?
Ambos nos miramos.
-No te metas en lo que no te pertenece.
Y desapareció él, su casa y yo nunca estuve en Francia."
Satisfecho, gozando con el final, sin buscar ni recibir aprobación, se dispuso a hacer el dibujo. “No lo voy a contar, pero acá quiero a mostrar que mi tío era el caballero de mi sueño. Solo lo voy a dibujar, para el buen lector”.
Eran las 9 de la noche, como si importara. Más despiertos no podíamos estar.
Así que el primero que apareció en escena fue el tío francés, recientemente descubierto. Porque ¿qué más fantasioso que un tío lejano recién descubierto?
“En una calurosa noche fui a la casa de mi tío francés. La casa era muy muy vieja y a la noche había ruidos. Pero yo me dormí y soñé que iba a un bosque muy oscuro y vi a un caballero raro clavando algo en la tierra.
Me desperté y las sombras que hacían los árboles eran terroríficas. Fui a tomar un té caliente de maracuyá y un reloj que no andaba desde el 1888 a las doce dio tres campanadas.
Me fui corriendo afuera y vi a mi tío mirando las estrellas. Comenté: “Casa grande ¿no? Es rara”.
Muy serio no contestó.
“Tío, ¿te pasa algo?”
Llegados a este punto, Gaspar dejó la lapicera y sobrevolando su cuaderno comenzó un diálogo imaginario que no tardó en convertirse en una buena charla entre los personajes. Cuando empezaba a irse ya muy alto, lo alenté a no perder el hilo, y ahí hablamos de que una de las características de los cuentos es la brevedad y la concentración de sus elementos...
-Todavía tenés que bañarte, cenar, ir a dormir… -le recordé.
-No, mami. No como, no duermo -me respondió achicando los ojos y mordiendo la lapicera-. Quiero lograr el misterio.
Y ahí nos quedamos, suspendidos: él, dándole vueltas al asunto, olvidado de los adjetivos, y yo, mirándolo, preguntándome en qué momento me había atrapado la palabra tarea, descubriéndolo escritor a mi hijo, prometiéndome que lo iba a acompañar en el desvelo, si era necesario… Porque ¿qué es un día, una noche, qué son unas horas? ¿Qué es el tiempo para un cuento?
Así que lo dejé solito y me fui con Vladimir y con Shakespeare, al teatro isabelino.
En un momento Gaspar me llamó, para mostrarme el camino que había tomado:
“Pero lo vi esfumarse.
El sol asomó. Entré a la casa medio confundido y encontré a mi tío tomando un café doble.
-¿Quieres un poco? me dijo.
-¿El pueblo está embrujado?
Ambos nos miramos.
-No te metas en lo que no te pertenece.
Y desapareció él, su casa y yo nunca estuve en Francia."
Satisfecho, gozando con el final, sin buscar ni recibir aprobación, se dispuso a hacer el dibujo. “No lo voy a contar, pero acá quiero a mostrar que mi tío era el caballero de mi sueño. Solo lo voy a dibujar, para el buen lector”.
Eran las 9 de la noche, como si importara. Más despiertos no podíamos estar.